Sofya Melikyan: “Cuando música y texto se juntan, no puede serte indiferente”

Fundación Juan March
10 min readJul 21, 2022
Sofya Melikyan en abril de 2022. Foto: Dolores Iglesias / Archivo: Fundación Juan March

En abril de 2022, la Fundación Juan March celebró la sexta edición de su formato Melodramas, un género dramático en el que se funden las palabras declamadas con la música, programando La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke, de Viktor Ullmann. Este melodrama, que Ullmann compuso en el campo de concentración de Theresienstadt tres meses antes de fallecer en una cámara de gas, narra la angustia de la guerra, la melancolía por el hogar lejano y la intensidad del amor en un encuentro final.

Para su composición, Ullmann partió de un emotivo poema en prosa de Rainer María Rilke, Canción, inspirado en la batalla de Mogersdorf (1664) y que acabó siendo muy popular entre los soldados alemanes y austríacos, llegando al millón de ejemplares vendidos en 1959. Las partituras de este melodrama, que llegó a estrenarse en el campo de concentración y que encierra un terrible paralelo entre la angustia del protagonista y la terrible situación de Ullmann y sus compañeros en Terezín, se salvaron gracias a un antiguo prisionero, que rescató los borradores a principios de 1945.

La obra se interpretó en Madrid del 20 al 23 de abril de 2022 con un elenco que contó con Carmen Conesa como narradora, el actor Borja Luna y Sofya Melikyan al piano bajo la dirección artística de Ernesto Caballero. Horas antes de su primera representación hablamos con la pianista sobre el programa y algunos hitos de su biografía.

Sofia Melikyan, Borja Luna y Carmen Conesa durante el ensayo general del melodrama. Foto: Dolores Iglesias / Archivo: Fundación Juan March

Yerevan, Madrid, París, Nueva York, ahora Rodez… Al escucharte hablar francés con tanta naturalidad tengo la sensación de que cada lugar en el que has vivido te ha ido aportando algo…
Sí, hablo cinco idiomas, pero es puramente circunstancial. En Armenia yo fui a una escuela rusa, y allí había dos secciones, en la rusa todas las asignaturas eran en ruso y además teníamos literatura en lengua armenia y en la armenia era al revés. Ahora es un tema delicado con la invasión de Ucrania, pero la lengua es una riqueza que tenemos. Es una suerte poder leer a todos los clásicos rusos en el idioma original… Luego vinimos a España cuando tenía 16 años. Vinimos por el trabajo de mi padre, y aquí viví mucho tiempo. Aquí transcurrió mi formación, estudié en el conservatorio con Joaquín Soriano. Luego estuve dos años estudiando en París y me fui a Nueva York. Si hablo cinco idiomas es porque he tenido la suerte de vivir en todos esos sitios. Y eso aporta mucho en todos los sentidos. En Nueva York viví diez años, y para mí ha sido una experiencia irrepetible. Más allá de lo profesional, todo lo que me ha aportado esta ciudad… desde cómo sobrevivir en una ciudad grande tú sola, hasta toda la oferta que tiene la ciudad, la gente con la que te relacionas, de todo tipo…. Ha sido un aprendizaje muy grande. Ahora vivo en Rodez, una ciudad muy pequeña de Occitania. Y al principio tenía mucho entusiasmo, por los niños y tal, pero ahora que ellos están un poco más grandes me desespero un poco, porque no hay ningún concierto, no hay ningún teatro al que pueda ir. Luego cuando lo tienes no vas, pero psicológicamente sabes que está ahí…

Como pianista me imagino que será una oportunidad hacer un proyecto que involucre a más gente…
Es una oportunidad increíble, no se da muy a menudo. He hecho algunas cosas con poesía, con voz, pero ser partícipe como un elemento más en una obra casi de teatro, no.

¿Cómo está siendo trabajar con Ernesto Caballero, Carmen Conesa y Borja Luna en este proyecto?
Este es simple un grupo maravilloso de gente, es tan agradable… La interacción es muy fluida, no es nada forzada. A veces ni entiendes por qué, pero no se establece esta química. Pero aquí ha surgido así con todos, sin excepción. Cada uno quiere poner lo máximo de su parte para que el resultado sea valioso, anteponer el proyecto común a tus cosas, a tus egos. La música forma una parte grandísima parte de mi vida, pero también la gente. Para mí una conversación con alguien o un intercambio fluido de ideas, de sensaciones, de emociones, es algo vital. No puedo vivir sin eso. Yo soy una persona abierta, pero tengo un punto de timidez al principio, tengo cuidado con lo que digo. Y sentirte libre de expresar lo que quieres expresar, eso no tiene precio. Cuando energéticamente te sientes bien con alguien, todo fluye…

¿Cómo dirías que es la música de La canción del amor y la muerte del alférez Cristoph Rilke?
Se construye todo a través de la música. Incluso la dramaturgia del texto y de la escena surge a través de la música. Es una música tan evocadora, tan expresiva y descriptiva… Es un diálogo entre la narración y la música en el que la música tiene un papel muy, muy importante.

Carmen Conesa y Borja Luna ensayan el melodrama La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke. Foto: Dolores Iglesias / Archivo: Fundación Juan March

¿Cómo es tocar una pieza como esta, sabiendo que al compositor le espera un destino tan trágico?
Es muy duro. Por mucho que intentes ponerte en su piel, no puedes. Nuestra imaginación no llega a alcanzar algo tan bárbaro. Pero cada vez que lo tocas te impregnas de esa atmósfera. Incluso cuando hacemos un pase entre nosotros, es muy difícil desprenderse emocionalmente de lo que está pasando. Incluso sin pensar en el contexto –y no puedes no pensarlo–, la música y el texto son tan significativos, tan trágicos, tan emocionantes… que te remueven por dentro, cada vez. Y no solamente por lo que tocas, sino por lo que dice el texto. Cuando música y texto se juntan, no puede serte indiferente, participas con todo tu ser, con todas tus entrañas, con toda tu esencia. Cada vez es un acontecimiento. Siempre es así cuando estás en contacto con la música, pero esto, por su contexto, va más allá. Si echas un vistazo a la partitura, parece una reducción de orquesta. Y luego hay muchos momentos en los que tienes que ilustrar con la música, y para eso se necesita una masa sonora muy potente.

Para preparar tu interpretación, me imagino que al principio dependerás mucho de la partitura, y luego le das color, carácter y la haces tuya… Es como hacerla trocitos y luego juntarlos e integrarlo todo.
Sí, exactamente. Nuestro estudio pasa por tantas etapas… Al principio intento abarcar el conjunto de la obra, pensar en lo que quiere decir, en el mensaje que quiere transmitir, detecto los sitios que pueden ser más problemáticos. Y luego empiezo a trocearla, a mirarla con lupa, a acercarme cada vez más. Con el tiempo te vuelves a alejar, claro, y la meta es conseguir un grado de naturalidad que sea como si todo ese trabajo no lo hubieras hecho. Al final a lo que aspiras es a dar al público la sensación de que todo es natural, como si hubieras puesto la partitura y la tocaras directamente. Ojalá fuera así, pero hace falta pasar por todas esas etapas para conseguir esa naturalidad.

Detalle de la representación. Foto: Dolores Iglesias / Archivo: Fundación Juan March

Esa naturalidad parece muy difícil de conseguir, sobre todo cuando te obsesionas con ciertos pasajes.
Sí. Hay que tener un plan muy concreto de trabajo. Es difícil, pero yo cada vez intento trabajar más sin el piano. Creo una idea, un plan en mi cabeza, elijo el sonido que quiero, el fraseo, el tipo de carácter… No hablo de cosas técnicas, que claro que tienes que repetirlas muchas veces para pulirlas. Hablo de cosas más conceptuales, de no repetir muchas veces el mismo error, que es algo en lo que caemos mucho. Así, cuando ya me acerco al piano, ya tengo una idea de en qué dirección quiero trabajar.

Hay artistas como Lorca que parecen intuir su muerte temprana. ¿Cómo se traduce esa urgencia en términos musicales en el melodrama de Ullmann?
Cuando él escribió este melodrama ya tenía la seguridad de que iba a morir, es una especie de obra autobiográfica. No había sido soldado, pero eligió precisamente este texto de Rilke para ponerlo en música porque sabía el final que le esperaba, sabía que la muerte era inevitable. Y la música traduce una expresividad… incluso en los momentos que pueden parecer alegres, sarcásticos o burlones, detrás de ese humor escuchas la tragedia. Es un humor macabro, muy oscuro. Y eso impresiona aún más. Quieres reírte, pero no tienes ganas, porque sabes que al final del túnel te espera la muerte. Y de qué manera… Por eso resulta increíble su fuerza creativa.

Un instante de la representación. Foto: Dolores Iglesias / Archivo: Fundación Juan March

Es impresionante, ¿Cómo puede seguir componiendo, cuando sabe lo que le espera?
No lo sé, tener la fuerza de crear en ese momento y no tirar la toalla, ¿cómo es posible? Es el criterio de un verdadero genio: probablemente no puede hacer otra cosa. Tiene que hacerlo, tiene que expresarlo, independientemente de las circunstancias. Esa urgencia de expresarse, de crear, de exprimir lo que tienes dentro, llega a trascender la vida y la muerte. Es como de otra dimensión.

¿Para ti el piano es algo así?
He pensado muchas veces qué podría ser mi vida sin el piano. Mi primer contacto fue con la música, no con el piano. Empecé a tocar el piano porque mi padre era violinista. Yo nací en Armenia, que aquel entonces formaba parte de la URSS, y allí todo el mundo estudiaba música, era una especie de ley no escrita, y esto en las familias de músicos era todavía más más marcado. Me metieron a piano –no sé por qué todos los hijos de violinistas teníamos que tocar piano–, pero hasta los 13 años odiaba estudiar, me parecía aburrido. Pero siempre tuve contacto con la música, mi padre trabajaba en una orquesta de cámara, y conseguía vinilos de San Petersburgo o del extranjero. Yo tenía como cinco vinilos y los escuchaba todo el tiempo: El primer concierto de Brahms con Misha Dichter; el 5º de Saint-Saëns con Richter –ahora no es la versión que más me convence, pero entonces era una reliquia para mí–… Escuchar vinilos me encantaba. Pero lo que era sentarse al piano a estudiar… no. Nunca puedes decir lo que harías con total seguridad, pero a veces, cuando me voy con mi familia de vacaciones y no consigo tener un piano cerca, me doy cuenta de que hay muchas otras cosas que me inspiran, que me alegran, que me hacen feliz. La naturaleza, la literatura… El piano para mí es un medio, pero si no fuera el piano, podría ser otra cosa también. Aunque, claro, llevo tanto tiempo tocándolo que tenemos una cierta dependencia el uno del otro.

El programa se completa con “Charleston”, “Blues” y “Tango” de los Cinco estudios de jazz para piano de Erwin Schulhoff, “Ich weiss bestimmt ich werd’dich wiedersehen” de Adolf Strauss y “Greta” de Norbert Glanzberg…
De los compositores de canciones que hemos incluido en el programa, Adolf Strauss fue el único que estuvo en el campo de concentración de Terezín. Glanzberg no. Y Schulhoff estuvo en otro campo en Baviera. Schulhoff es uno de los compositores más increíbles y olvidados del siglo XX. Era checo, un pianista de jazz muy famoso, de mucha proyección. Escribió un ballet que en su tiempo no tuvo aceptación, como La consagración de la primavera. Su música ha sido olvidada, pero es un genio. A partir de ahora, cuando tenga ocasión, voy a meter sus piezas en mis programas.

En una entrevista en 2015 ya hablabas de que al tocar te interesaba especialmente trabajar el color, ¿sigue siendo así?
Sí, ese sigue siendo mi objetivo. El tipo de repertorio que intento tocar últimamente está orientado todavía más a esa búsqueda. No ha salido todavía, pero por ejemplo hace poco grabé un disco dedicado a Ricard Viñes con obras que él estrenó de otros compositores, de Satie, de Ravel y Déodat de Severac, un compositor que nació en Tolouse, cerca de donde yo vivo, y que fue asistente de Albéniz. Se le considera impresionista, pero reivindicaba el arte y la cultura regionales, incluso escribió tratados contra la monopolización de la cultura –en Francia eso es muy exagerado, todo lo que no pasa en París, no existe–. Este compositor me interesa mucho, tiene un catálogo muy rico de obra para piano y música de cámara. Hay un filósofo de origen judío ruso pero que vivió toda su vida en Francia, Vladimir Jankélévitch, que tiene un libro que ya en el título describe su estética: La présence lointane. Albéniz, Severac, Mompou. La presencia lejana…no impuesta…es algo tan descriptivo… Tienes que abrir tu interior y tus oídos para apreciarlo. Mi búsqueda actual va un poco en esa dirección.

Nacida en Ereván, Sofya Melikyan ha ofrecido recitales en el Carnegie Hall, Lincoln Center, American Liszt Society, Kennedy Center, Teatro de Ópera de Guangzhou, Sala de Conciertos de Bulgaria, Festival Chopin de Luxemburgo, Muziekcentrum de Gante, Sala Flagey de Bruselas, Festival ppIANISSIMO de Bulgaria, Festival de Cádiz –con once estrenos de compositoras– y conciertos con la Orquesta Sinfónica Nacional de Armenia, Orquesta Estatal de Cámara de Armenia, Joven Orquesta Nacional de España, Orquesta de Córdoba, Sinfónica de Valencia, Sinfónica Nacional de Cuba, North Shore Symphony, Sinfónica de Vancouver, Sinfonia Toronto, Orquesta Sinfónica RTVE y Real Filharmonía de Galicia. Ha grabado Women, con obras de compositoras actuales; Spanish Piano Music, dedicado a Granados y Mompou; los Tríos n. 2 y 3 de Brahms –primera entrega de una integral — y prepara un gran proyecto discográfico en torno a Déodat de Séverac y Ricardo Viñes. Sus principales profesores han sido Joaquín Soriano en Madrid y Solomon Mikowsky en Nueva York, así como Galina Eguiazarova, Brigitte Engerer y Ramzi Yassa.

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