Jean Rondeau: “La música de Bach es muy libre, puede llegar tan lejos porque acepta las limitaciones del lenguaje”.

Fundación Juan March
8 min readJul 15, 2022

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Jean Rondeau durante su interpretación de las ‘Variaciones Goldberg’ de J.S. Bach el 30 de abril de 2022. Archivo: Fundación Juan March / Foto: Dolores Iglesias

En la Temporada 2021/22 la Fundación Juan March inauguró la primera edición de un ciclo dedicado al género de la variación, cuyos primeros ejemplos se pueden encontrar en algunas obras de polifonía de la Baja Edad Media. Esa primera edición, que incluyó conciertos de obras francesas para clave, obras vienesas para piano y obras inglesas para consort de violas, se abría y cerraba con las dos piezas cumbre del género: las Variaciones Goldberg de Bach y las Variaciones Diabelli de Beethoven.

Bach compuso las Variaciones Goldberg nueve años antes de su muerte. Según la versión probablemente apócrifa del primer biógrafo de Bach, la obra habría sido un encargo del embajador ruso Hermann Karl von Keyserling, que quería una pieza que le ayudara a conciliar el sueño. Antes del concierto hablamos con el intérprete del primer concierto del ciclo, el joven clavecinista francés Jean Rondeau (1991), que interpretó en Madrid las Variaciones Goldberg en una parada de su gira para promocionar el disco que acababa de grabar y publicar.

Camila Fernández Gutiérrez y eduardosuarez

¿Dónde estás ahora?
En Barcelona.

¿Vas a tocar allí?
Sí, solo esta noche.

¡Buena suerte! ¿Vas a tocar las Goldberg?
Sí, ¡por supuesto!

¿La idea es hacer un “itinerario verde” por toda Europa?
La idea es encontrar formas de contaminar menos. Hemos intentado organizar un tour en el que las fechas de los conciertos no estén demasiado alejadas, para no tener que coger aviones. Viajamos los tres en una van con el clave. Es útil…

¿Por qué decidiste ser clavecinista?
Descubrí el clave cuando tenía seis años, escuché el instrumento en la radio y me fascinó su sonido. Mi conexión con el instrumento fue a través del sonido, no por el significado del instrumento, de quién estaba tocando o de lo que estaba tocando. No fue algo racional, fue muy instintivo. Decidí tocar el clave porque me sentía, y aún me siento, muy conectado a este instrumento. Es como un amigo que te ayuda a crecer.

No hay tantos clavecinistas que hayan empezado directamente tocando el clave… ¿por qué crees que es así?
Es extraño, mis padres me apoyaron desde el principio, pero lo habitual si quieres tocar el clave es que te animen a tocar el piano, cuando para un niño eso requiere una mayor madurez, mientras que el clave se adapta muy bien, es un instrumento muy delicado y es fácil producir el sonido y sentir las cuerdas al tocar. Y, sin embargo, si después de aprender piano quieres pasarte al clave, tienes que desaprender ciertas cosas. Sinceramente no lo entiendo, creo que es una cuestión cultural, pero no lo entiendo.

Al final es el instrumento con el que te has desarrollado como músico… Imagino que eso te da una mayor naturalidad a la hora de tocar, pero, ¿por qué lo sigues haciendo?
Sí, para mí, el clave es mi lengua materna. Es muy útil empezar con tu instrumento desde tan pequeño. Pero es difícil concretar unas pocas razones por las que sigo tocando. Para mí es una puerta de acceso a la música, a crecer en la vida, no en términos de productividad sino de cambiar, de cuestionarte, de hacerte preguntas muy importantes. Es también una forma de conectar con la gente a través de los conciertos, aunque también hay aspectos muy negativos en la vida del músico. Tengo que mezclar todas esas cuestiones para poder entender lo que hago y por qué lo hago, y cuanto más tiempo pasa, la respuesta es más compleja. Siempre me pregunto, ¿sigo queriendo hacer esto? Esa pregunta siempre está ahí.

La prensa te ha descrito como el hípster del clave, el chico malo. ¿Te influyen esas percepciones sobre tu imagen? Al involucrarte con tu instrumento, ¿te gustaría contribuir a desmantelar estereotipos como que el clave es un instrumento arcaico o afectado?
Creo que si la gente tiene esta concepción arcaica sobre el clave es entre otras razones porque es un instrumento que no ha tenido una historia lineal. Ha tenido tantas formas distintas y maneras de construirse a lo largo de más de tres siglos –s. XVI al XVIII–… y luego desapareció de los escenarios durante el siglo XIX, lo que no es nada habitual, excepto por instrumentos como la viola da gamba o la flauta barroca. Todo eso lo convierte en un instrumento complejo. Pero yo me acerqué al clave cuando era pequeño y fue tan natural que, para mí, es un instrumento como los demás. Es una suerte poder acercarte así a un instrumento, te invita a cuestionar todas las etiquetas. Lo importante es tener una perspectiva amplia de lo que estás haciendo. No se trata solo de tocar las notas correctas, para crear música es necesario hacerse preguntas, eso enriquece el momento musical. Y en cuanto a los clichés que hay sobre mi imagen, no me importan, me parecen graciosos o ridículos, pero no demasiado interesantes. Prefiero centrarme en las preguntas en las que estoy trabajando, en la partitura, en el concierto o en el intercambio con la audiencia. Centro mi energía en temas muy específicos, o en la vida.

¿Cuáles son algunas de esas preguntas en las que estás trabajando?
Suelo plantearlo como un largo viaje, un largo proceso. Intento no tener un acercamiento demasiado vertical, diciendo: “Y ahora, voy a enseñar mi trabajo”. No me gusta ni siquiera el concepto de espectáculo, no estoy enseñando nada, sino compartiendo mi proceso, que es intelectual, pero también muy físico. Se trata de encontrar un equilibrio entre el conocimiento y el gesto. Me interesa el análisis, cómo la música está construida, por qué, en qué contexto. Y todas esas preguntas me ayudan a tener el gesto justo, que el cuerpo esté muy presente, sintiendo toda la energía, muy activo y a la vez escuchando lo que pasa, como uno más del público. Para mí, la responsabilidad del músico está ahí, en cuánto escucha de lo que está pasando y cómo de honesto es escuchando. Hay una práctica, un lugar, una colaboración, está el concierto, está tu estado mental en ese concierto… pero ¿cómo conseguir estar en el estado adecuado cuando tocas? Esas preguntas me parecen mucho más interesantes.

¿Y encuentras respuestas?
No siempre, a menudo encuentro un acercamiento filosófico, vivo en una reflexión constante. ¿Tengo que hacer eso? ¿Qué significado tiene tocar? ¿Qué sentido tiene tocar el clave hoy en día cuando la gran mayoría del público es gente rica? La música requiere tiempo, una dedicación total, y no siempre es fácil dársela. Pero he llegado a la conclusión de que, en nuestro mundo, cuidar de algo es también una actitud política. Así que lo que intento decirme a mí mismo es que el concierto es un momento de cuidado. Por varias razones, porque en él la gente está en silencio y están juntos –lo que no ocurre tan a menudo–. Porque les gusta la música y quieren compartir ese momento. Pero también porque quieren cuidarse a sí mismos, en un mundo que les presiona para que sean productivos todo el tiempo. Así que intento cuidarme a mí mismo y a los demás a través de la música. ¡Ah! Y además, es un momento en el que (casi) todo el mundo ha apagado su teléfono móvil…

He oído que no tienes uno…
No, el teléfono móvil es muy nocivo a nivel psicológico. Todo en él ha sido concebido para ser adictivo, además de que estar delante de una pantalla no es muy sano para el cerebro, para los ojos, para dormir… para todo. Así que, para mí, un concierto de dos horas son dos horas sin el smartphone, y eso ya de por sí merece la pena.

Cuando grabas un disco como las variaciones Goldberg, estás fijando un momento en el tiempo, una forma de tocar una pieza que seguramente seguirá evolucionando a lo largo de tu vida. ¿Cómo te hace sentir grabar? ¿Alguna vez vuelves a escuchar tus discos?
Tienes mucha razón, pero, no sé por qué, no considero una grabación como una fotografía. Quizás si fuera en directo sí se parecería más a una fotografía, y un disco a una película, porque es un proceso, es algo más complejo. No grabas en dos horas, sino en varios días, es una construcción. Considero la grabación como un gesto en sí mismo. Y quizás porque paso tanto tiempo grabando y luego con la postproducción, escuchando todo el material, una vez he grabado algo y se publica ya no lo vuelvo a escuchar. Me quedo con la memoria del gesto durante la grabación, y además trato de evitar juicios sobre lo que estoy haciendo y en lugar de eso pongo mi exigencia en mí mismo y en el trabajo en sí.

Y en el caso concreto de las Goldberg, para mi es una pieza que sigue en proceso, y que me encantaría volver a grabar en el futuro, aunque me siento afortunado de haber podido grabarla en ese momento y lugar, porque fue un momento feliz, muy intenso, muy, muy hermoso. Tenía un instrumento maravilloso y un espacio con muy buena acústica, así que el sonido del álbum se acerca mucho a lo que tenía en la cabeza, un sonido redondo, preciso, muy equilibrado.

¿Qué hay de las Goldberg? ¿Por qué están consideradas obras de arte y qué has aprendido sobre ellas?
Es una pieza que fue muy innovadora para la historia de la música para tecla. Primero porque es muy larga. Segundo porque, aunque ya se había utilizado la técnica de la variación antes, –compositores como Frescobaldi, Sweelinck o Buxtehude–, Bach cogió ese lenguaje y lo desarrolló todo lo posible, hasta el punto de que, después de él, el lenguaje cambió. Es algo comparable a lo que hizo Marcel Proust en literatura. Además, creo que nuestro concepto de libertad está equivocado. La música de Bach es muy libre, pero puede llegar tan lejos porque acepta las limitaciones del lenguaje.

Las Goldberg son así, quizá por eso son tan famosas, aunque el hecho de que una obra sea famosa no siempre tiene que ver con la pieza misma, a veces es cuestión de suerte o sencillamente un misterio. También suponen un programa muy completo para un concierto, lo tienen todo, solo tienes que apreciarlo. Y a la hora de tocarlas, no hay que hacer nada, solo dejar que la música ocurra. Para mí, el trabajo del músico al tocar Bach es quitar, es poner lo menos posible de tu ego, de ti mismo. Su música nos invita a dejarnos fluir hasta tal punto que eso es muy difícil, tienes que practicar, procesarla hasta que consigues convertirte en un miembro más de la audiencia, dejar que el instrumento toque solo y respirar, sin intentar hacer tu versión, ni tu tempo, ni tu historia. Con Bach todo lo tuyo sobra, creo.

Jean Rondeau estudió clave en el Conservatorio Superior de París, con Blandine Verlet, y en la Guildhall School de Londres. Con veintiún años se convirtió uno de los más jóvenes ganadores del concurso internacional de clave de Brujas (2012). Obtuvo el segundo premio en el Primavera de Praga y el Premio de las Radios Francófonas Públicas (2013). Mantiene una intensa actividad como solista, musico de cámara (con el Cuarteto Nevermind) y músico orquestal. Ha firmado un contrato en exclusiva con la discográfica Erato. Su último álbum en solitario, Melancholy Grace, fue aclamado por el New York Times como “conmovedor […] variado [y] maravilloso”. Actualmente realiza una gira por los principales escenarios europeos interpretando las Variaciones Goldberg de J.S. Bach, haciendo hincapié en la sostenibilidad con un “itinerario verde” para destacar sus compromisos medioambientales.

Para saber más…

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